Imaginen a los dinosaurios en la cama, un paseo de Marta Dillon por las constantes pequeñas (y no tanto) humillaciones y discriminaciones que sufren las parejas lesbianas, algunas legales y muchas sociales, un pequeño infierno por el que muy pocos heterosexuales soportarían pasar diariamente.
«Pero también es cierto que empieza a hartarme tener que dar pruebas de amor verdadero. Como si los heterosexuales se casaran sólo por amor. Me agota hasta el infinito que se esté analizando nuestro nivel de normalidad, como si la normalidad tuviera algún valor. ¿Qué es lo normal? ¿Comer asados los domingos, ir a trabajar de lunes a viernes, vestir polleras si sos mujer, coger en la posición del misionero? ¿Es normal tener cuarenta y pico y querer tener un cuerpo de veinte? ¿Es normal vestir sotana y asustar a los niños con el infierno? ¿Y a mí qué me importa? En este país también fue normal que la gente desapareciera, que yo todavía no pueda enterrar a mi madre, que los crímenes aberrantes se juzguen más de treinta años después, que los curas bajaran a la catacumbas de los campos de concentración a bendecir a los torturados. Todo eso era normal. Pero no quiero caer en el golpe bajo aunque sea tan tentador que ya me estoy levantando de esa caída. Lo cierto es que la normalidad tiene valor cero, sobre todo porque la normalidad es como el agua, fluye y se adapta a la forma que la contiene. ¿O acaso no fue normal quemar judíos en las hogueras de la inquisición? Perdón, me caí de nuevo.
Cuando me enamoré de quien ahora arbitrariamente llamo mi esposa, cuando el amor arrasó con todo lo que creíamos ya establecido –como nuestras moradas individuales, por ejemplo– y quisimos festejarlo y unirnos legalmente, fuimos al registro civil y nos notificamos de que para pedir la Unión Civil debíamos dar prueba de dos años de convivencia cumplida. Por supuesto encontramos testigos y testigas dispuestas a mentir, pero no dejó de ser una espina eso de tener que dar pruebas de nuestro amor antes de buscar el amparo legal. ¿Por qué? ¿A cuento de qué? ¿Acaso los heterosexuales no pueden casarse al mes de conocerse si quieren? Ahora, por caso, nos piden pruebas de que nuestros hijos e hijas van a ser criados en la santa heterosexualidad, que no los vamos a manchar con nuestras dramáticas opciones sexuales. Ajá. ¿Y por qué? ¿Quién dijo que es mejor ser hétero que gay o lesbiana o travesti? Lo dicen los que están dispuestos a hacernos la vida imposible si no somos como ellos.»