Noé Jitrik, con mucha ironía, sobre profecías y augures, tan viejos como el hombre, y tan vacuas, incluso las que se cumplen: Predicciones.
«Sin embargo, las predicciones que no se cumplen adquieren espectacularidad en el campo político, no digamos en el económico; abundan y reemplazan, lo hemos visto en la escena política contemporánea, el discurso político mismo, tanto que llegan a ser un arma de poder, momentáneo pero a veces letal, o casi.
Una predicción de ésas necesita de un vocabulario amenazante, augura un porvenir inmediato siniestro –pueblos enteros caerán a causa de las medidas que toman otros, el mundo ahogará al país por culpa de quienes ocupan el lugar que el predictor debería ocupar, calamidades sin fin se producirán–, pero, como por lo general están destinadas no a prevenir sino a demoler, por más ostentosas y ridículas e insostenibles que sean terminan por ser meros ruidos reemplazados de inmediato por otros nuevos, igualmente vacíos; no importa si invocan razones o tienen fundamentos más o menos verosímiles, en todo caso no tienen la jerarquía ni la profundidad poética de las profecías bíblicas, las trágicas de Shakespeare o las inverificables de Nostradamus: no todos los que predican hecatombes pueden ser, después de todo, Trotski, que al parecer no abría la boca porque sí. El mero dedo alzado hacia el cielo no alcanza para transformarse en una predicción que podría cumplirse, es sólo un compulsivo movimiento a hablar sin necesidad, en abierta oposición al dictum de Wittgenstein, “de lo que no hay nada que decir es mejor no hablar”.»