Siempre me gusta leer sobre Fernando Pessoa, me cautiva su vida gris y funcionaria y la inmensa creatividad que escondía debajo de su aspecto corriente. Escribe sobre él esta vez Samantha Devin. Pessoa, la esquizofrenia controlada
«Su biografía no es tan insulsa como él mismo pretende. Es cierto que su trabajo de traductor de cartas comerciales era monótono y aburrido, pero su colaboración con distintas revistas literarias de Portugal e Inglaterra y sus tertulias sobre política y literatura, aunque no muy frecuentes, conforman una crónica en la que queda clara constancia de sus intereses y motivaciones. Es en sus escritos donde advertimos la existencia de un abismo entre su persona y el resto del mundo, porque a través de sus ojos todo adquiere dimensiones indescifrables, desde su jefe a los adoquines de la “rua dos Douradores”. Pessoa escribió: “Mis escritos quedaron siempre inacabados; siempre se entrometieron nuevos pensamientos, extraordinarias, inexcusables asociaciones de ideas que sólo tienen por límite el infinito” “…me horroriza que cualquier cosa pueda ser determinada por Dios o por el mundo.”
Incluso su persona es nebulosa, indefinida. Es como si creyera que fijarse demasiado a una u otra opción de vida significara menguar esa capacidad de sentir y serlo todo. La materia inmaterial de la que estaba hecho le impedía transitar lo superficial, lo concreto, prosperar desde dentro del entramado popular. Fue un extranjero en su propia tierra, un visitante dentro de su corporeidad, que examinaba con ojos de científico, qué era eso de estar vivo.»