Gonzalo Garcés la emprende, justamente, con la crítica literaria en español, a la que acusa de complaciente y cobarde, prácticamente un mero ejercicio de “publicidad encubierta” que nunca se atreve a ir más allá en su análisis. La parálisis de la crítica.
«¿Qué autoriza al crítico a decir lo que dice? Robert Musil escribió (y a Ignacio Echevarría le gusta repetirlo) que la autoridad del crítico le viene de la capacidad de tener razón. Muy bien. ¿Pero razón sobre qué? Se puede tener razón al decir que un libro es malo, pero eso no basta para hacer interesante una reseña. Ahora bien, los críticos españoles establecidos –cuando no están adulando abyectamente a un autor publicado por el mismo grupo editorial del diario que les paga el sueldo–, están interesados en una sola cosa: el control de calidad.
A tono con esa suerte de servicio de protección al consumidor, usan esos modismos que suelen dar un aire tan cómicamente almidonado a los suplementos españoles: “Echase en falta una mayor agilidad…” “No se puede en modo alguno aprobar…” A propósito de esfuerzos ridículos por esconder la propia subjetividad, me acuerdo de un compañero de colegio que una vez, jugando a las escondidas, cuando lo descubrieron gritó: ¡No, yo no estoy acá! Si eso fue motivo de risa durante toda la primaria, no veo por qué merece menos quien intenta ganar autoridad desapareciendo detrás de la figura pétrea del Custodio de la Cultura. »