El panorama de Gaza que cuenta Pam Bailey es desolador. Un adolescente gravemente herido por un misil israelí ha de acudir a un hospital de Jerusalén (muchos de los hospitales palestinos fueron dañados en la invasión del 2009) y allí es encarcelado. Mutilado, enfermo y encarcelado.
«Los médicos que lo atendían recomendaron enviarlo a Alemania. Pero había un problema: Ahmed necesitaba una visa, y para tramitarla necesitaba ir a Tel Aviv, algo imposible para los habitantes de Gaza.
Finalmente, un médico sugirió enviarlo al hospital St. Joseph, de Jerusalén. Samir debió llevar a su hijo en silla de ruedas al puesto fronterizo de Erez el 23 de noviembre. Luego de esperar cuatro horas, fueron rechazados y se les dijo que regresaran dos días después. Cuando volvieron, fueron sometidos a una horrenda experiencia.
“Estoy aquí con mi hijo herido, aterrorizado por su salud, y nos obligan a sacarnos toda la ropa para ser cacheados. Luego se llevan a mi hijo”, contó Samir a través de un intérprete.
“Ahmed necesitaba insulina cada dos horas, pero no podía dársela. ¡La siguiente cosa que sé es que le ponen grilletes! Tomaron toda la medicación que había traído para Ahmed y todo el dinero que recolecté de donaciones (unos 2.500 dólares), y él se había ido”.
Pasaron 20 días, dijo Samir, antes de que finalmente pudiera averiguar qué le había sucedido a su hijo, gracias a la ayuda de organizaciones de derechos humanos a las que había solicitado colaboración.
Abogados del Centro Al Mezan descubrieron que otros jóvenes que habían ido a Erez antes que Ahmed habían sido interrogado y al parecer lo habían implicado a él, señalando que poseía un arma y un explosivo de una de las milicias palestinas de Gaza.
Samir indicó que los “explosivos” eran en realidad las ampollas de insulina.»