Raúl Minchinela observa los obituarios de la prensa cotidiana dedicados a la muerte de Ángel Cristo y constata una realidad devastadora: algunos personajes sólo importan en función de lo trágico de sus vidas. La muerte de Cristo y los pecados.
«Me fascinan los obituarios de Angel Cristo porque están formulados como un inmenso listado de desgracias. Detallan las ocasiones en las que fue hospitalizado por ataques de las fieras que es la amenaza constante de la profesión de domador, sus denuncias, su ruptura matrimonial y su quiebra económica. El obituario de Angel Cristo es el retrato de un camino hacia abajo, donde sólo hay sombras.
Me recuerda en exceso a los compilados que les muestran a los concursantes de Gran Hermano cuando abandonan la casa: videos en los que se expone, condensada, la peor parte de si mismos. Broncas y tensiones repartidas a lo largo de meses, concentradas en minutos. En las selecciones de los realities, “lo mejor” del concursante sólo se comprende como “lo peor” del concursante. Los tiempos buenos están fuera del perfil; un perfil que se le impone a priori.»