Jaime Rubio se ríe de todo, y hace bien. Desternillante su relato de cómo subió el al Anna Purna.
«Cuando llegué y a pesar de que el frío había hecho estragos en mi virilidad, los serpas me recibieron amablemente y me ayudaron a llegar al primer campamento base, situado a tres mil metros de altura y al que se accedía gracias al teleférico. Allí me dieron a comer el plato típico del Himalaya (paella fría) y después me pegaron una paliza, me robaron el Ipad y la mitad de las barritas energéticas, y me dejaron tirado en la nieve.
Por algún extraño motivo, no les había hecho gracia que decidiera llamarles oompa loompas y pretendiera que me subieran en camilla. Gástate ciento veinte euros para conseguir esta porquería de servicio. En fin.
De todas formas, no me aminalé… Animalé… Amina… No me eché atrás, como buen alpinista naturista que era. Pasé una noche complicada porque estaba todo oscuro y no había tele y yo quería ver House, pero aun así desperté con buen ánimo e inicié el ascenso a la cumbre. A esa noche le siguieron días y noches también reguleros. Se me acabaron los zumos. Nevó.»