Jorge Fernández Díaz recuerda el día de 1982 en que los británicos hundieron el Belgrano argentino con dos torpedos, y cómo fueron las labores de rescate de los supervivientes, y en concreto la aventura heróica de un nadador de rescate: La odisea del náufrago 771.
«Ante la vista de la tripulación, Dezi entró en el océano mientras arreciaba el temporal y comenzó a nadar crawl . Le costaba mucho respirar porque el viento huracanado le barría el aliento, y las olas gigantescas lo subían y lo bajaban, tratando de confundirlo. Es muy difícil nadar en el mar congelado y en medio de una tormenta. A veces, el “Negro” perdía de vista a su objetivo y le parecía que quedaba demasiado lejos. Continuaba, sin embargo, dando brazadas sin pensar en la familia ni en la Patria, obsesionado con hacer bien su trabajo y salir vivo de aquella locura.
A mitad de camino, el radarista notificó que el Conqueror los había puesto de nuevo en la mira. Y al comandante no le quedó, entonces, más alternativa que dar la orden indeseada: levantar todo para marcharse. Le informaron que tenían un hombre en el agua, pero quedarse a esperarlo era imposible: había otros trescientos a bordo y en esta clase de dilemas los manuales son muy estrictos.
El comandante mandó cortar la cuerda, puesto que arrastrar a Dezi lo condenaba a la inercia de ser succionado por las hélices y morir destrozado. Dezi nadaba con los últimos restos sin darse cuenta todavía de que no llevaba la soga: quizá por efecto del corte y la caída se había desatado. Pero el “Negro” no tenía fuerzas para detenerse y darse vuelta. Si lo hubiera hecho, quizá no habría seguido con vida 28 años después: había perdido las energías, el frío lo estaba minando y el destructor giraba y se iba. “Máquinas adelante todo”, era la orden.»