Gata Vagabunda escribe una pequeña reseña de dos películas de nacionalidad ruandesa, y hace una reflexión sobre la importancia que puede tener algo tan aparentemente banal como hacer cine en la moral de una sociedad devastada. Hacer cine en Ruanda.
«Son muchos los lugares del mundo cuya producción cinematográfica es insignificante y esperan un golpe de suerte que haga nacer algo. No hablamos de cuestiones artísticas, ni siquiera económicas. Hablamos simplemente del ansia de normalidad, del parámetro de “normalización” que supone producir cine. Porque cuando un país puede entretenerse rodando, quiere decir que algo dentro se mueve… y eso es un inequívoco síntoma de salud que tantos desearían para sí. Hagan un rastreo por el mapa del planeta y verán que casi es un indicativo más útil que el dichoso precio del Big Mac.
Una simple indagación en la Imdb buscando Ruanda como país de origen nos arroja una lista escasa y ocupada mayormente por cortometrajes y documentales, firmados sobre todo por nombres extranjeros. Porque al fin y al cabo, ¿qué ha sido de Ruanda tras el terrible genocidio del 94?»