Rubén Sánchez Trigos reflexiona sobre los que se ganan la vida escribiendo guiones, que normalmente tiran para adelante sacando páginas de lo que les pidan, aunque eso a veces les avergüence. El guionista avergonzado.
«La cuestión no es baladí. Si uno quiere contar historias, y además le gusta el cine, parece lógico que escriba esas historias en formato de guiones –y no en novelas, relatos, microcuentos o cualquier otra posibilidad narrativa-. Para entendernos: cuando uno empieza a escribir, quiere hacer Chinatown, El apartamento o El hombre que mató a Liberty Valance. Lo más probable, sin embargo, es acabar trabajando en una serie de producción nacional a la que, en circunstancias normales, jamás prestaríamos la menor atención –seamos serios: si te va el cine, lo que ves en televisión es The wire, Dexter o Carnival, por poner tres ejemplos-. Luego, la diferencia entre escribir guiones y trabajar de guionista resulta que es más bien escabrosa.»