Marta Peirano, sobre una exposición de Walton Ford, acuarelista de enormes e inquietantes bestiarios: El señor de las bestias.
«El mismo rinoceronte fue retratado por Durero en 1515 y su agónico viaje, descrito por Saramago en El rinoceronte del Papa (1996). En la versión de Ford, vemos que el animal podría haberse salvado si no estuviera firmemente encadenado a la cubierta.
Otras veces, el final es a manos del naturalista ilustrado a la caza de un ejemplar para el museo de historia natural, como Audubon contando sus intentos reiterados de asfixiar a un ejemplar de águila dorada con carbón y sulfuro “sin dañar al animal”, hasta que finalmente consigue matarlo clavándole por la garganta una aguja de hierro en el corazón (Delirium, 2004). Este tipo de museos son como salas de trofeos del siglo XIX, demostraciones de una conquista —decía Walton en una entrevista.— Hoy esto ya no se puede hacer, es demasiado horrible. Per esas exposiciones de biodiversidad hechas de plástico no tienen ningún drama. Van en contra de la idea sobre la cuel el museo fue construído.»