Endurecer el código penal siguiendo las mareas del odio, no sólo es de un populismo repugnante, sino absolutamente inútil. Augusto Klappenbach escribe sobre el problema de legislar siguiendo las máximas de Justicia y venganza.
«Sin duda, la conveniencia de establecer la prisión perpetua revisable puede discutirse. Pero el fervor vindicativo con que se está exigiendo un mayor castigo a los culpables nos permite sospechar que estamos en presencia de viejos mecanismos expiatorios consistentes en depositar todas las culpas en los delincuentes y suponer que cuanto más fuerte sea el castigo más liberado se encuentra el buen ciudadano de sus demonios particulares, reivindicando así su buena conciencia. No deja de resultar preocupante el espectáculo de muchedumbres enardecidas que insultan y tratan de agredir a presuntos delincuentes cuando son conducidos por la policía sin que se haya demostrado siquiera su culpabilidad. El supuesto de tales reacciones es siempre el mismo: “Yo no soy como tú, yo soy un ciudadano inocente que no tiene nada de qué acusarse”.
Numerosos estudios han demostrado que la cárcel no es el mejor recurso del que dispone la sociedad contra el delito: existen sistemas mucho más efectivos –e incluso más baratos– que la prisión, aplicables a buena parte de los condenados que cumplen penas en la actualidad, a veces por el crimen de haber vendido discos piratas en la vía pública. Como así también que el endurecimiento de las penas no conduce necesariamente a la disminución de los delitos.»