Ray Loriga escribe un cariñoso alegato en favor de los editores, de los buenos editores, se entiende, sin los cuales muchas veces un gran escritor no llegaría ni a la puerta de su casa. Código binario.
«He tenido la enorme fortuna, a lo largo de mi propio camino, de encontrarme con editores ejemplares, no sólo aquellos con los que he trabajado directamente, sino otros que por razones evidentes he ido conociendo. Editores no de lo mío, sino de autores amigos (o respetados o admirados, nacionales y extranjeros, vivos y muertos), con los que he intercambiado comentarios, bromas, conocimientos, envidias, cotilleos, copas, noches, días.
El editor es para el lector en general una figura semidesconocida, y supongo que así debe ser, pero su influencia en la salud de la escritura es de una importancia capital. Todo escritor tiene una historia que contar sobre sus editores y sobre la delicada relación que nos une, tal vez no todos seamos capaces de contarla tan bien como Echenoz, pero nadie, creo, podría negar la decisiva presencia de un buen editor en la vida de un autor. Tampoco creo que exista escritor que no sepa la dificultad que conlleva encontrarse enredado entre los dedos de un editor mediocre.»