Que precioso texto de La Petite Claudine sobre las lecturas que nos conforman, las superfluas y las auténticas y la búsqueda del libro que nos defina: La actualidad, los clásicos y yo.
«En mi primer año de universidad leí a los Adornos y a los Wigtensteins, que estaban muy en la pomada, pero a mí entonces sólo me importaban los iluminados: Genet, Nietzsche y Antonin Artaud, Strindberg y William Blake, Octave Mirabeau, Mishima, Los niños terribles de Cocteau, Ariel de Sylvia Plath. Me obsesioné con Rilke y con La tierra Baldía hasta aprenderme las dos o tres primeras páginas de memoria, aunque traducidas al español. Mi religión era el éxtasis o la nada. Me entraron aires apocalípticos y empecé a escribir poesía. Me colgué con Carson McCullers, con Flannery O’Connor. Me enamoré de una fan de Marguerite Durás y la dejé por un imbécil que citaba a Gonzalo Suarez pensando que citaba a Lord Byron. Un fin de semana tomé demasiado ácido y amanecí en las afueras de Toledo con un desconocido que pintaba retratos de puertas. Poco después me fuí a vivir a Londres y a Charing Cross Road.»