Hace ya tiempo que me compré un Diccionario de insultos porque me encontraba muchas veces con que ante ciertos individuos me faltaban palabras precisas para referirme a ellos; a la hora de la verdad, no lo uso, porque escaso efecto lograría —más allá de la satisfacción personal— diciéndole a alguien
rastracueros o
ñorda. Esto viene a cuento de que
Manuel Talens escribe en
Borges y el insulto sobre ese arte conciso, exacto y compendiador que puede llegar a ser el insulto: ” Cualquiera que, con distancia, haya leído a Maquiavelo o haya escuchado los discursos de George W. Bush sabe que la retórica es el arte de mentir con premeditación y alevosía. Pero el insulto que se escapa de los labios con el ánimo agitado, por eso de que explota como un corcho de champán sin que interfiera la urbanidad, expresa a voz en cuello lo que la gente piensa del otro.”