El diamante pierde brillo, un estupendo reportaje de John Carlin sobre el estado actual del comercio con diamantes en África, una de esas cirugías mal cerradas que no cesan de supurar.
«En las minas freelance del Congo, Angola y Sierra Leona, los sueldos fijos son inexistentes. La comida, en el mejor de los casos, es gratis, pero los ingresos dependen exclusivamente del éxito de cada individuo en la tarea paciente e ingrata de buscar diamantes. Bucean por ellos en los ríos, cavan hondos agujeros en la tierra. Muchos mueren, pero como la alternativa en muchos casos es morir de hambre, el riesgo parece valer la pena. Las imágenes de mineros casi desnudos, embarrados, desviviéndose por encontrar una piedra dura y brillante entre los millones que escudriñan, o que “lavan”, como ellos dicen, son infernales; las imágenes de la relativa riqueza de los compradores locales de diamantes, con sus trajes y sus coches de lujo, atrozmente ofensivas. Que sólo es la versión en miniatura de la atroz discrepancia entre la calidad de vida de los mineros y los compradores de diamantes en Occidente, entre África y los países ricos en general.»