Claudio Magris señala la paradoja (prácticamente irresoluble) del desperdicio patológico de las sociedades opulentas frente a la necesidad de tantos otros que no pueden aprovechar ese derroche. El pan perdido.
«El problema se torna más trágicamente difícil si de la escala milanesa o italiana se pasa a la del llamado Primer Mundo en general, con respecto a los cientos de millones de personas que en las más diversas zonas de la tierra mueren de hambre y de sed, y a las que sería difícil alimentar e hidratar aunque tiráramos menos pan a la basura y usáramos menos agua para bañarnos.
Los 180 quintales de pan tirados cada día en Milán son tan sólo un atisbo de un enorme y trágico problema que azota al mundo; trágico porque —aparte de ser una infame y deliberada injusticia que debemos eliminar— es objetivamente un problema de dificilísima solución.
Distribuir entre millones de necesitados el pan y el agua que no tienen y que nosotros desperdiciamos es más difícil que viajar por el espacio o hacer mutaciones genéticas; somos capaces de transformar radicalmente al ser humano, que pronto será diferente de la humanidad que conocemos, pero no somos capaces de darle de comer y de beber.»