Jorge Ibargüengoitia se queja con mucho sentido del humor de la desventaja que tiene, a la hora de ser una autoridad en algo, la profesión de escritor frente a otras ramas de la ciencia o el arte. ¿Usted también escribe? Analfabetismo incipiente.
«–Oye, ¿cómo no me habías dicho que eras escritor? –me preguntó una mujer con quien he tenido la desgracia de trabajar varias veces en congresos–. A ver qué día me regalas tus libros.
Ha de creer que uno tiene que andar anunciándose, y que los libros los escribe uno para regalarlos. Yo nunca le pregunté si era casada, y si me enteré de que tenía una tortillería automática, fue por boca de terceros. Además, nunca se me hubiera ocurrido pedirle una tortilla.
–Oiga, patrón, ¿cuándo escribe un libro de veras bueno? –me preguntó un mimeografista a quien cometí la torpeza de regalarle un libro–. Digo, porque ése es de relajo.»