Vicente Romero nos dice que Haití ya era un infierno antes del terremoto, así que lo de ahora está en una categoría más profunda del horror: Terremoto en el infierno.
«La palabra infierno se repite en las crónicas que describen la situación en Haití tras el terremoto. Pero el pequeño país caribeño ya era un infierno social antes de que este enésimo desastre redujera a escombros los edificios más emblemáticos de su capital y, sobre todo, las frágiles y precarias casuchas donde se incuba y reproduce la miseria en que vive la mayoría de su población.
Los datos estadísticos, peores cada año, describen fríamente una nación atrasada donde un 80 por 100 de sus habitantes sobrevive bajo el umbral de la pobreza: mientras un 60 por 100 de la población dispone de menos de 70 céntimos de euros diarios, un 4 por 100 que constituye el núcleo central de la clase dominante posee el 64 por 100 de la riqueza nacional. La mitad de los haitianos carece de ingresos y la inmensa mayoría no tiene acceso a agua potable. Uno de cada cuatro niños sufre los efectos de la desnutrición, la mayoría del resto padece anemia y un seis por 100 no llega a superar el primer año de vida.»