Fernando del Álamo da cuenta de la apasionante (no para él) vida del físico Fritz Houtermans, que pareció llegar a casi todos los sitios en el peor momento, incluida la Alemania nazi y la Rusia de Stalin.
«Como no se encontraba gusto en Inglaterra y se quejaba especialmente del olor del cordero hervido se trasladó de nuevo; esta vez para satisfacer su vieja ambición de trabajar en la Unión Soviética. Encontró empleo en el Instituto Físico-Técnico de Jarkov, que entonces acogía a un brillante grupo de físicos, con el gran Lev Landau entre ellos. Pero el Gran Terror de Stalin se abatió pronto sobre ellos. ¿Y qué podía ser un físico nuclear alemán, quizá austríaco, que venía de Inglaterra, con algo de judío y que criticaba abiertamente la política estalinista en la guerra civil española? Evidentemente: un espía. ¿A favor de quién? De ello se iba a encargar el camarada Beria, patrón de la NKVD, predecesora de la KGB. Como muchos de sus camaradas soviéticos, Houtermans fue detenido y sufrió las terribles privaciones de una prisión de la NKVD donde pasó los dos años y medio siguientes. Fue torturado e interrogado sin descanso. Le hicieron permanecer de pie días enteros y lo reanimaban con cubos de agua helada cada vez que se desmayaba. Se le hincharon tanto los pies que tuvieron que cortar los zapatos para poder sacárselos. A veces lo empujaban contra una pared y le daban patadas en los pies hasta que todo su peso se apoyara en las yemas de los dedos. Kapitsa pudo ayudar a la esposa de Houtermans y a sus dos hijos a salir de Rusia, pero no pudo hacer nada por su colega. Escuálido y sin fuerzas conservó su cordura a base de realizar complejos cálculos matemáticos y de escribir ecuaciones con una cerilla en trozos de jabón. Las llamadas en su favor de los físicos en Occidente fueron desestimadas. Finalmente le dijeron que o hablaba o arrestarían a su mujer y enviarían a sus hijos a un orfanato con los nombres cambiados para que nunca pudiera dar con ellos. Por supuesto, Houtermans no sabía que estaban a salvo.»