Vicente Verdú hace un repaso a la historia del cepillo de dientes, al que el escritor ve como el último ejemplo claro de la autodisciplina, de la rutina inevitable que prácticamente todos tenemos que hacer cada día sí o sí. El cepillo de dientes
«Todos los dentistas mandan prolongar la operación de limpieza por un periodo mínimo de tres minutos y en las farmacias se venden pequeños relojes de arena para computar exactamente el tiempo que se destina a ello. Relojes de arena o simbologías de la finitud que exasperan aún más a quien toma la decisión de cumplir con las reglas del odontólogo. ¿Cómo resistir, en suma, tanta adversidad? La mayoría de los individuos se hacen la proposición de seguir la prescripción medica al salir de la consulta pero no contaban con el siniestro castigo que supone cumplir la ordenanza higiénica.
Cepillando, maniobrando sobre los huesos mondos de la dentadura se cae fácilmente en la cuenta de que estamos comunicándonos directamente con el más allá de nuestros restos, las formaciones óseas que permanecerán tras nuestra muerte y, que la misma operación, aparentemente insignificante, conlleva una aceptación de esa certeza, significada en plena vida. »