Lola Galán escribe sobre la profesión de sacerdote, un oficio para el que ya no quedan vocaciones y que cada año ve como la media de edad de los que lo practican asciende (ahora mismo está en 63 años). ¿Quién quiere ser cura?
«En 2003, José Manuel Horcajo llevaba ya dos años ejerciendo como sacerdote en una parroquia madrileña. Hoy tiene 35 años, y está en su segundo destino, la iglesia de San Ramón Nonato, en el Puente de Vallecas, un barrio humilde de Madrid donde capean la crisis como pueden inmigrantes venidos de 108 países del mundo y parejas de ancianos españoles. “Conozco familias que viven en furgonetas bajo el puente”, dice Horcajo.
Integrado en el Opus Dei, aunque dependiente de la archidiócesis de Madrid, José Manuel Horcajo es uno de esos cada vez más escasos curas de a pie que cobra un sueldo modesto “estaré en 830 euros mensuales” y vive solo en un piso pagado por la diócesis, cerca de su trabajo. “La tarea de un sacerdote no es un trabajo”, puntualiza. “Si lo fuera, nuestra vida sería más bien triste. Esto es una experiencia de amor con Jesucristo que te lleva a darte a los demás, a los más pobres y más necesitados”.»