Marta Peirano observa los usos artísticos que se están dando a los videojuegos por parte de algunos creadores, y enuncia el problema de la nomenclatura misma de “juegos”, que no llena todas las posibilidades de los mismos. Los nombres podridos
«En 2003, una periodista y dos programadores de videojuegos presentaron Escape from Woomera, un documental que recrea la vida de un interno en el centro australiano de detención de inmigrantes que la ONU calificó de campo de concentración moderno. Solo que, en lugar de cámaras de cine, micrófonos y entrevistas, utilizaron el motor de Half-Life, un videojuego comercial de alto nivel cuyo código estaba abierto a modificaciones. “Como desarrolladores de videojuegos, estamos hartos de que se nos trate como productores de cultura basura explicaron en su página web. Nosotros creamos cultura, con un medio de expresión que nos habla a nosotros y a nuestra generación: el videojuego”.»