Dario Fo escribe sobre la sentencia del Tribunal de Estrasburgo que considera que la presencia del crucifijo en las aulas italianas atenta contra la libertad religiosa de los alumnos y de sus padres. Cruz y raya.
«No en vano, sin embargo, el tribunal europeo ha añadido que los alumnos de todas las edades pueden interpretar fácilmente la presencia de los crucifijos en las aulas como un evidente símbolo religioso, que por lo tanto podría condicionarles: aunque es un estímulo para los niños ya católicos, puede ser un condicionamiento y un trastorno para los de otras religiones y los ateos.
Estalla la ira del Vaticano, el gobierno de centroderecha acusa, desde la oposición democrática balbucean: «Es una cuestión de cultura, de tradición». Muy bien, abramos entonces el libro negro de esta cultura y esta tradición. El catolicismo de la Iglesia romana esconde tras el crucifijo, interpretado como redención, una cultura y una historia de violencias, atropellos y guerras. En nombre de la cruz se han cometido grandes fechorías, cruzadas, inquisiciones, el saqueo y las matanzas del Nuevo Mundo, la bendición de los imperios y de los hombres de la providencia. No olvidemos que hasta el siglo XIX el catolicismo prohibió traducir a la lengua vulgar la Biblia y el Evangelio.»