Sobre los rumores, distinguiéndolos de los cotilleos y analizando su sentido o falta de él. Sé de buena tinta que el artículo lo escribió Alfonso Fernández Tresguerres.
«Mas puestos a buscarle algún valor psicológico, el cotilleo, en efecto, tiene uno: el poder sentirnos un peldaño por encima –en honradez, inteligencia, buenas maneras o costumbres– de aquél que está siendo despellejado, sin caer en la cuenta de que por menguadas que sean las de éste, nosotros estamos poniendo de manifiesto una estupidez casi ilimitada al pensar que denigrar nos enaltece, y que basta con subrayar la necedad de otro para que el orbe entero quede ciego ante la luz que de inmediato irradia nuestra inteligencia. El cotilleo, en efecto, cuando no es una forma de maldad lo es de estupidez, y con frecuencia de las dos cosas a un tiempo.
Cotillas los hay en todas partes, y el club de aficionados a tal menester es legión. Así que no me atrevo a pronunciarme sobre si (como a veces se dice) el cotilleo es vicio particularmente extendido entre nosotros: me conformaré con constatar que lo cultivamos con fervor. Al igual que la envidia. Lo que no tiene nada de extraño, porque la segunda es a menudo una de las principales nodrizas de las que se amamanta el primero: cuando se envidia a alguien o se le ignora o se destruye su reputación. Y téngase la seguridad de que siempre hallará el cotilla envidioso público suficiente que acogerá de buen grado sus intrigas y se hará eco de ellas.»