Con motivo del estreno de la película de Amenábar, Agora, Ramón Buenaventura recuerdo su fascinación por el personaje de Hipacia y como, ya seguro de no escribir la novela sobre ella que hubiese deseado, la introdujo en una de sus narraciones de manera lateral.
«Es una de las diez o doce novelas de gran argumento que siempre quise escribir, equivocándome, porque mi talento, si alguno tengo, no es el de narrador de grandes historias, y quizá también, en el caso de Hipacia, porque esa pobre muchacha me suscitaba una especie de espanto reverencial: su muerte atroz la incorporaba al elenco de las diosas más humanas y respetables; su condición de mártir del paganismo a manos de las bestias cristianas la convertían en un modelo imposible de la historia que yo habría preferido a la real (es decir: una historia en la que Juliano el Apóstata se sale con la suya y nunca hay Edicto de Nicea, y no brota la Iglesia, y ahora seguimos tan felices con nuestro Júpiter y nuestra Venus, en los que no creemos, claro está, pero que no nos molestan y hasta nos vienen bien para impostar los juramentos y robustecer las metáforas; una historia, además, en la que don Rodrigo derrota a los expedicionarios árabes en Guadalete y luego los persigue hasta La Meca, y tampoco hay Islam: una historia en que los judíos han ido olvidándose de sus macabras invenciones, por la cuenta que les trae, y están suavemente integrados en los pueblos de Europa; una historia como Dios no manda).»