Dialoga Naomí Kelin con Michael Moore sobre su última película, una denuncia anticapitalista. Divertido cuando menos, ilustrativo también: El maestro de Norteamérica. Naomi Klein conversa con Michael Moore sobre su última película.
«Lo que a mí me resulta más conmovedor de la película es tu muy convincente montaje sobre los puestos de trabajo gobernados democráticamente como alternativa a este capitalismo de saquea y lárgate.
Me pregunto si cuando viajas por ahí constatas interés por esa idea.
A la gente le gusta esta parte de la película. En cierto modo me ha sorprendido, porque yo pensaba que la gente no lo acabaría de entender, o que le parecería demasiado sentimental o utópico, pero lo cierto es que ha tenido impacto entre los espectadores que yo he tenido ocasión de observar.
Pero, claro, yo lo he montado en la película como un asunto patriótico. Si crees en la democracia, la democracia no puede consistir en votar cada dos o cuatro años. Tiene que formar parte de cada día de tu vida.
Hemos logrado grandes cambios en muchas relaciones e instituciones, porque decidimos que la democracia es un modo mejor de organizar. Hace doscientos años, tenías que pedir permiso al padre de una mujer para poder casarte con ella, y luego, tras el matrimonio, era el marido el que llevaba la voz cantante. Y legalmente, las mujeres no podían tener propiedades ni cosas por el estilo.
Gracias al movimiento de las mujeres en los 60 y los 70, esa idea de la democracia se introdujo en esa relación: que los dos son iguales y los dos han de tener voz. Y en mi opinión, las cosas funcionan mejor ahora, como resultado de haber introducido la democracia en una institución como el matrimonio.
Pero dedicamos entre 8 y 12 horas diarias de nuestras vidas a trabajar, y en el puesto de trabajo no tenemos voz ni voto. Creo que cuando los antropólogos nos excaven dentro de 400 años –si llegamos a tanto—, se dirán: “Mira tú, estos tíos; pensaban que eran libres, decían vivir en democracia, pero se pasaban diez horas al día en una situación totalitaria, y permitían que el 1 por ciento más rico de la población tuviera más riqueza financiera que la suma de riquezas del 95 por ciento situado en los tramos inferiores”.
Se van a reír de nosotros, lo mismo que nosotros nos reímos de las gentes que hace 150 años aplicaban sanguijuelas a los cuerpos para curarlos.»