José Antonio Marina, largo y tendido sobre los adolescentes, siempre en boca de todos pero muy pocas veces para decir algo sensato. Defiende esa etapa como una oportunidad inigualable para la educación: Santa Bárbara y los adolescentes.
«¿Qué conclusión hemos de sacar de todo esto? Que hemos de considerar la adolescencia como la segunda gran oportunidad educativa, que tiene una especial dificultad porque el protagonismo del adolescente es mayor, es decir, va a seleccionar su aprendizaje; porque la influencia social es también mayor, y porque la imperiosa necesidad de independencia y autoafirmación hacen más difíciles las relaciones con la familia. Pero la adolescencia no es un destino ni una condena, sino, precisamente, la edad para aprender la libertad. Y la pedagogía que tenemos que aplicar los que tratamos con jóvenes, es una exigente pedagogía de la libertad y de la posibilidad. Tropezamos aquí con otro de los peligrosos mitos. El mito de que nacemos libres y que hay que permitir que esa libertad se despliegue a sus anchas. Nacemos absolutamente dependientes, de nuestra circunstancia exterior y de nuestros deseos. Y la educación intenta hacernos capaces para conducir nuestra vida. El adolescente no es libre. Depende de muchas cosas interiores y exteriores, y debe aprender a ser autónomo. La espontaneidad que ensalzamos no tiene nada que ver con la libertad. Mi burro es muy espontáneo cuando pega coces, pero no puedo tomarle como ejemplo de comportamiento libre. No es verdad que el joven sea irremediablemente impulsivo. Los neurólogos saben que precisamente durante la adolescencia se terminan de formar las estructuras prefrontales del cerebro, encargadas de controlar la acción.»