Sobre la superficialidad del parnaso, el humo, la niebla que conforma la inmensa mayoría de los libros que hay que leer. Julien Gracq lo escribió en 1950 pero resulta intemporal: fragmentos del libro La literatura como bluff.
«Y es así como ese desfase entre la impresión que notamos y la opinión que suena por doquier redunda en nosotros lo queramos o no, en beneficio y mayor prestigio de una obra que sigue siendo algo externo a nosotros: el carácter obsesivo que tan deprisa suele adquirir tiene que ver sobre todo con los esfuerzos desordenados que hacen para ponerse en regla con ella los refractarios, que se sienten, a su pesar, como si no tuvieran razón. Por muy deliberadamente que intentemos lavarnos la vista ante lo que leemos y no tener en cuenta más que nuestros gustos auténticos, les pagamos un tributo a los nombres conocidos y a las posiciones adquiridas, del que nunca nos libramos por completo; o, cuando menos, para encarar nada más lo que nos incumbe sería menester que apartásemos con esfuerzo esos nombres tantas veces oídos que se nos vienen solos a la memoria y que no es posible rechazar sin que surja, a la postre, una sensación irracional de estar cometiendo una injusticia hacia esa candidatura perpetua. Al final, acabamos por ceder.»