El canon —el canon pequeño y coyuntural, el que se establece entre autores vivos, contemporáneos— puede ser una lacra, no sólo por los feos tejemanejes con que se construye, sino porque arrimarse a él coarta voces y unifica, simplifica, el panorama poético. Daniel Bellón, Canon: el juego de estrategia.
«Pero el problema, y todo este trazado era para llegar aquí, y ponernos serios es que todo esto afecta a la escritura, afecta a los poemas que se escriben y, por tanto, a la poesía… porque en el ansia por tener un hueco, alguna ficha que jugar en ese juego, muchos autores, epigonalmente optan por reproducir los estilos dominantes, reduciendo su escritura a una labor formularia, con base en formas y palabras que pasan a ser estándares, lugares comunes asumidos por la correspondiente tribu poética.
Porque lo de la escritura formularia no es una tara de una determinada tendencia poética. Percibo últimamente que se da en todas, en las escrituras “esencialistas” llenas de luces inefables, en la mormosa poesía chato realista, en la poesía que algunos llaman “social” o crítica” (en la que se me suele ubicar, por si alguien pregunta) y también en las más underground estilo “Nos vemos en los bares”. Diferentes sabores para diferentes clientes, y si a alguien le parece degradante la comparación con un refresco, qué le vamos a hacer… pero noto que se escriben poemas en todas estas tendencias dirigidas a satisfacer el gusto preconcebido del lector/escuchador, con las palabras adecuadas para que el cliente se sienta reconocido y satisfecho y asienta con media sonrisa de complicidad, no cuestionado o soprendido… al final, con diferentes colores, escritura formularia. Y eso a mí, humildemente, me parece un problema.»