En cortázar / 3 tiempos, Jordi Doce hace una lectura de la obra del argentino Cortázar reivindicándolo como “el primer escritor de nuestra lengua que da la sensación de jugar cuando escribe”. Una perspectiva a tener en cuenta.
Ya desde sus primeros libros de relatos, Final de juego o Las armas secretas, escritos y publicados cuando su autor ronda los cuarenta años, Cortázar sale una y otra vez en busca de una segunda juventud y consigue apresarla plenamente en esos libros sin género, a medio caballo entre el relato fragmentario, la chispa reflexiva y la lentejuela autobiográfica, que son Los autonautas de la cosmopista o La vuelta al día en ochenta mundos. Como un Benjamin Button de la literatura, Cortázar hace el camino inverso al de tantos escritores: nace viejo y muere joven, consciente de que la mera corrección no basta, de que la escritura es algo más que un ejercicio de sintaxis y modales léxicos intachables (como dijo Charles Tomlinson hace años: «nada que no sea elegante / ni nada que lo sea si sólo es eso»); es preciso, en fin, atreverse a escribir mal, perseguir el fantasma de las propias obsesiones hasta que algo, no sabemos bien qué, surge de la página y nos interpela; es algo que hemos suscitado en nuestra peculiar sesión de espiritismo verbal pero que ahora se vuelve hacia nosotros y nos desafía: algo incierto, que cobra vida propia y nos obliga a servirlo, pues necesita de nosotros para completarse, y que a la vez mantenemos a distancia, pues sólo desde la distancia y cierta astucia crítica sabremos estar a su altura, controlarlo.