En el cuarto centenario de la expulsión de los moriscos por Felipe III Manuel Cebrián recuerda los hechos, sus causas y lo que supuso de tragedia para los afectados: El drama olvidado de los moriscos.
«La expulsión supuso, además de la pérdida de todos sus bienes —que pasaron a propiedad de sus señores o de la Hacienda Real— el más absoluto de los desarraigos. Ni eran queridos en España ni tampoco en los lugares de acogida, Berbería o Francia, donde se les veía como extranjeros y posible foco de conflictos. Ni su lengua, ni tampoco su indumentaria, coincidían con la de las gentes de los nuevos lugares donde tuvieron que emigrar. Se vieron desahuciados por los españoles y vistos con recelo allí donde llegaron. Una inmensa pesadilla y un drama que hoy parecen haberse olvidado.
La muerte de 12.000 personas (según las estimaciones más moderadas), el rapto o la esclavitud fue el final de muchos de los que se vieron obligados a marchar de su patria. Otros, la gran mayoría, tuvieron que buscar acomodo en el norte de África, donde, a base de esfuerzo y tesón, se fueron abriendo el hueco que aquí, en España, se les negó.»