Oskar Díaz vive en Tokio, y se las ha apañado para vivir en dos dimensiones. Esa es la única explicación que se me ocurre cuando trato de imaginar cómo se las arregla para habitar un piso tan pequeño. Mi vida en 20 metros cuadrados.
«Mi piso tiene uno o dos metros cuadrados más de veinte, la mayoría de los cuales están en una sola habitación. Es decir: entro, me quito los zapatos —uno sigue estando en Japón aun dentro de casa—, y al pasar entre la lavadora y la nevera, me planto en la cocina. No es que haya un pasillo por el medio, sino que la puerta de la calle da a una cocina con dos fuegos, un fregadero y dos armarios.
No hay una mesa, ni espacio para ella. Esto significa que si uno ha fregado los platos, más vale secarlos y quitarlos de ahí para poder cortar los pimientos. No es raro usar el suelo como mesa provisional cuando se cocina algo medianamente complicado que requiera algo de espacio. Todavía recuerdo la paella aquella que eché a perder pisándola con el pie y, encima, haciéndome una herida al clavarme un langostino.»