A la evolución por el cotilleo. Más o menos eso es lo que recoge Esteban Magnani en El chisme y su relación con lo consciente, donde se hace eco de varios estudios que apuntan a la importancia de la información secreta y truculenta sobre los demás como mecanismo antiguo e importante en las relaciones sociales que definen al hombre.
«A lo largo de la historia evolutiva, quienes hayan rechazado saber sobre la vida de los demás por algún prurito o por falta de la más básica curiosidad deben haber quedado aislados y carentes de información que puede haber resultado útil en momentos de conflicto, seducción o de toma de decisiones.
Según algunos investigadores, como el arqueólogo Steven Mithen, incluso hay suficiente evidencia acerca de que el desarrollo del lenguaje estuvo fuertemente estimulado por la necesidad de expandir las posibilidades de establecer vínculos sociales que resultaban imprescindibles. ¿Qué queda en los seres humanos modernos de este tipo de comportamiento? A juzgar por el tiempo que se dedica al cotilleo de pasillo en escuelas, lugares de trabajo, cárceles o programas de televisión, no debe ser poco.»