Analiza Christina Larson los orígenes de los disturbios y la represión del gobierno chino contra los uigures en Xinjiang, incidiendo en el hecho de cómo el modo de afrontar las revueltas lejos de apagarlas las enciende más: China gana y pierde Xinjiang.
«n realidad, a China se le da mejor crear impresiones momentáneas formidables grandiosas, como la ceremonia de apertura de los Juegos Olímpicos, o crueles, como la represión de los manifestantes que mantenerlas. Cuando se examina con detalle, se ve cuánto desorden hay bajo la superficie, en especial cuando las autoridades pretenden formular políticas sobre algo que no acaban de entender.
Los uigures, y el islam en general, desconciertan a los líderes laicos de China. En Xinjiang, una vasta provincia occidental tres veces más grande que Francia y con fronteras con ocho países, la política tradicional de Pekín respecto a las minorías es confusa en principio y caprichosa en su ejecución, y el resultado es mucho sufrimiento tanto para los uigures como para los han. En vez de contener las tensiones, la mano dura alimenta las llamas. Es un tipo de confusión brutal.
A Xinjiang se le ha llamado la “Texas de China”, y es verdad que da cierta sensación de región fronteriza y dura. En los últimos años, el petróleo y la riqueza mineral han atraído la atención del Gobierno y la llegada de hombres de negocios, empresarios y aventureros han, procedentes del este del país. Cuando este territorio desértico se incorporó a la República Popular, los dirigentes chinos decidieron que la capital provincial fuera Urumqi, una ciudad sin ningún símbolo histórico. En una región con un pasado largo y complicado, y un paisaje salpicado de mezquitas históricas, lugares de famosas batallas y tumbas de reyes uigures, la nueva capital era prácticamente una tabla rasa. Parecía un lugar en el que los nuevos colonos podían empezar de cero.»