Claudio Magris escribe sobre las rencillas, zancadillas y peleas entre escritores, y selecciona y muestra algunas de esas batallas de sangre casi siempre negra: Literatura y veneno.
«Más a menudo, sin embargo, estas diatribas endogámicas, que no se salen del mismo gremio, desnudan un origen menos noble: un narcisismo exasperado, una pretensión de ser el único dios creador al que hay que adorar, y una penosa inseguridad, que percibe todo homenaje ofrecido a otro como un hurto y un atentado contra la propia necesidad de ser amado y aceptado. En este sentido los consumidores de arte –lectores, escuchas, espectadores– son mucho más libres y mucho más generosos (más poéticos) que los productores de las obras que ellos aman y admiran, porque, en su politeísmo artístico, saben muy bien que amar a Mozart no significa quitarle nada a Beethoven, y que se puede y se debe amar al mismo tiempo a Brecht y a Baudelaire, a Proust y a Beckett. Como en la casa del Padre, según dice la Escritura, también en la casa del arte –de cualquier arte– hay múltiples habitaciones y está permitido frecuentarlas y habitarlas todas, sin que por esto se le esté haciendo un desaire a las demás.»