Rafael Marín siempre tiene el buen criterio de recordarnos quiénes son los clásicos del cómic y hablarnos de ellos para que no los olvidemos. Esta vez le ha tocado el turno al Corto Maltés.
«Corto Maltés, el marino sin barco que se presentó atado a una balsa a la deriva en La balada del mar salado, la novela río donde un veterano Hugo Pratt se dio por fin el capricho de contar lo que quería sobre el océano Pacífico, la Gran Guerra y el romanticismo decadente de una época que moría saqueando sin escrúpulos y con mucho amor escenas dispersas de películas de sesión continua y de novelas de aventuras y los trazos de pincel de maestros de la historieta como Milton Caniff o Frank Robbins. Con su físico inconfundible de guapo desencantado de la vida y su nombre ridículo de café de estraperlo, Corto Maltese (un nombre que personalmente prefiero a su versión castellana) se ganó en seguida un hueco en el corazón de los lectores de todo el mundo. Era y es un perdedor, un hombre de principios y a la vez un pirata, superviviente a duras penas en amores y también, casi siempre, fardo apartado en el camino de la búsqueda de tesoros frustrada y continua que es su vida»