En el siglo XVII las fuentes de Versalles consumían la misma cantidad de agua que todo París y el único modo de abastecerlas fue contruir una enorme maquina que superase los 160 metros de desnivel entre el Sena y el palacio. Alejandro Polanco Masa lo cuenta en La máquina de Marly.
«La voracidad de las fuentes era tal que, si se compara con la cantidad de agua que consumía cada día la ciudad de París en la misma época, prácticamente se gastaba lo mismo Versalles. He ahí el toque de capricho, pero el desnivel fue salvado y hacia 1684 nació la gran máquina. Imponente y sobrecogedora, catorce ruedas gigantes de agua, más de doscientas bombas y una armadura de madera tan compleja que parecía un organismo vivo, hicieron viable el sueño del rey. Así, después de gastar una cantidad de dinero que rayaba lo inmoral, sobre todo teniendo en cuenta el destino final del agua que se elevaría desde el Sena, el monarca pudo disfrutar de los más atractivos e imponentes jardines del planeta, un lugar capaz de empequeñecer las residencias de los gobernantes vecinos. Pero, cómo no, un monstruo de tales características necesitaba mantenimiento y, además, levantar algo así en madera y cuero no parecía lo más aconsejable. Infinidad de averías hicieron desde el primer día que mantener en funcionamiento la máquina se convirtiera en un infierno para los ingenieros.»