La frontera entre Egipto, Libia y Sudán parece ser un foco de inestabilidad, violencia y pobreza que crece sin descanso y puede generar conflictos serios en la ya complicada zona norteafricana. Flujos de emigrantes, conflictos tribales y mafias espantan el turismo y son espejo de situaciones críticas de más al sur. El desierto de los ladrones, de Javier Martín.
«un abrumador y cambiante paisaje de arena, macizos rocosos y gargantas imposibles, esculpido a golpe de capricho por el dios del viento del oeste Céfiro en el límite que separa Egipto, Sudán y Libia y en el que desde hace años imponen su ley y campan a su antojo bandas de mercenarios procedentes de las guerras en Darfur y Chad, bandidos ávidos de miserias, traficantes de todo pelaje y grupos de desarrapados inmigrantes que, como el propio Alí, se aventuran en el desierto con la vacua esperanza de que las mafias que actúan en Egipto y Libia les faciliten algún tipo de futuro en Europa, Israel o el golfo Pérsico. Muchos mueren sin ni siquiera alcanzar la meseta de Gilf el Kebir, donde arqueólogos de prestigio conjeturan que vivieron los primeros moradores de Egipto.»