Ya se hizo tantas veces que suena un poco ingenuo, pero, en fin, tampoco parece que renunciar a ello sea el camino: queremos otra política, y para ello necesitamos otra ciudadanía. Francisco Longo se queda un poco en lo primero, y pide una política de grandes pactos a largo plazo que impiden el miedo a las elecciones, el gran mazo que pudiera frenar cualquier reforma: La hora de la política.
«Por una parte, están las reformas, esas que hemos dado en llamar estructurales. Las que deben servirnos de palanca para volver a crecer, pero haciendo las cosas de otra manera. Salvador Alemany, presidente del Cercle d’Economia, recordaba hace poco en Esade que los gobiernos no han aprendido cómo impulsar esas reformas sin arriesgarse a perder elecciones. Por eso, proponía, sensatamente, la puesta en marcha de amplios acuerdos políticos transversales. Cuatro grandes ámbitos, al menos, requerirían esos consensos de partida: de entrada, el sistema educativo, sobre el que empieza a gravitar una conciencia colectiva de fracaso; en segundo lugar, el de investigación, desarrollo e innovación, imprescindible para el cambio de modelo de crecimiento que nos urge; en tercer lugar, la Administración pública, cuya inercia burocrática resulta cada día más incompatible con las exigencias de una economía competitiva, y, por último, el mercado de trabajo, amalgama de precariedad y rigidez —tal como lo ha descrito hace poco el profesor Lasheras— cuya racionalización resulta imprescindible.»