Ramón Muñoz rememora las últimas horas de Pier Paolo Pasolini, uno de los directores y escritores más radicales y controvertidos de la historia, quien fue asesinado hace más de treinta años en una zona abandonada de Ostia, en la periferia de Roma. La última cena de Pier Paolo Pasolini.
«Sea como fuere, si alguien quisiera rememorar hoy el crimen no encontraría muchas dificultades. Los escenarios siguen casi intactos. Como la estación Termini, donde el cineasta recogió al joven prostituto y le invitó a subir en su coche, un Alfa Romeo GT plateado. Los chaperos que amó Pasolini siguen allí. Ya no se amparan bajo los restos de la muralla aureliana, que apesta a orines. Ahora lo hacen en el interior de la estación, en la entrada de la Via Giovanni Giolitti, junto a las escaleras mecánicas. Basta un guiño y se acerca un veinteañero de tez cobriza. “Soy Rocco”, afirma, entre descarado y amenazante mientras sus hermanos de oficio contemplan la escena. La única diferencia es que hoy llevan cinturones con unas enormes hebillas en las que se lee D&G y se calan gafas de sol de imitación de grandes marcas. Rocco ofrece sus servicios con dos tarifas. En los aseos de la estación, 50 euros; si hay que salir, el precio sube.»