En Hijos de Ícaro Alejandro Polanco Masa rememora a aquellos inventores que idearon máquinas voladoras de escaso éxito, peregrinas, pero tan curiosas como apasionantes.
«Para quien no lo conozca, este proyecto planteó la posibilidad de impulsar una nave espacial gracias a las ondas expansivas generadas por explosiones nucleares sobre placas inerciales. Bien, cerca de un siglo antes el tal Battey ideó una especie de misil tripulado, en realidad un ligero globo con piel de aluminio, con un método propulsor de lo más peligroso. Como si de un Orión de la era victoriana se tratara, la nave decimonónica contaba en su popa con un largo apéndice, destinado a alejar las explosiones impulsoras del habitáculo. ¿Y de dónde procedían las explosiones? A falta de cabezas nucleares, el ingenio contaba con un almacén de pequeñas esferas de nitroglicerina, que eran conducidas una a una a través de un conducto al extremo de la nave, donde explotaban al entrar en contacto con un circuito eléctrico gobernado por el piloto. Las sucesivas explosiones de “bolas” con nitroglicerina, impulsaban por reacción y a velocidad de espanto, al plateado navío aéreo.»