Javier Rioyo habla de la extraña relación entre la música y la tortura, ese ejercicio que casi todo torturador de dictadura brutal hace alguna vez: acompañar los actos más terribles del sonido de alguna melodía. Músicas para torturar.
«Recuerdo aquella película de Polanski, La muerte y la doncella, basada en una obra de Ariel Dorfman, con maravillosa interpretaciones de Ben Kingsley como el torturador descubierto y Sigourne Weaver, la chilena torturada. Allí la música de la tortura era mucho más refinada, el personaje de Kingsley escuchaba constantemente la pieza de Schubert del mismo título de la película. Una de las más intensas y hermosas músicas que se recuerden. También puede servir para torturar.
No tengo claro si es más torturador, más perverso, el que tiene los gustos tan populares, o tan poco refinados, como para poner a Julio Iglesias o el refinado que escucha a Shubert. Casi me da más miedo el refinado. Me recuerda a lo perverso del personaje de “Las benévolas” o al propio y muy inquietante, perverso y odioso de la obra de Dorfman.»