Enriquecedora visión la de Alfredo Fressia respecto de la mitificación de objetos de artistas y escritores: Los misterios de una espada. El punto de partida es el robo de una espada que perteneció a Ribén Darío, y el articulista no entiende el revuelo y hace una reivindicación de lo que verdaderamente importa del poeta: su poesía.
«Esa supervivencia enmohecida de la vida pertenece sin duda a ciertos museos, a ciertas academias, a todas las estructuras que se crean a partir del lado más exterior del hecho literario, y es justamente por eso que Darío le pedía a “Nuestro Señor Don Quijote” su célebre: “de las academias/ líbranos, Señor”. En vertiginosa rima con “blasfemias” (“horribles”) y con “epidemias”, las academias, que a veces podrían ser sólo un poco patéticas, se vuelven devastadoras en la “Letanía…” de Darío.
Lo que seduce, en cambio, de la literatura, es su carácter de objeto casi inasible, su naturaleza siempre furtiva y siempre instigadora. Junto a la música, la literatura, y la poesía en primerísimo lugar, son formas del arte que nunca se entregan totalmente, que nos instan siempre a recomenzar su aventura. La sonata que oímos es siempre una de las posibles sonatas que aquella partitura contiene en sí misma. El poema que leemos es sólo una versión, la que tenemos frente a nosotros, con sus erratas, con su calidad mejor o peor del papel, su tipo de letra, su color, su distribución en la página. El mismo texto, en un apoyo diferente —en Internet, por ejemplo, y mejor aun, en la memoria— nos resultará otro, o efectivamente lo será. Ya ni menciono los textos que conocemos por traducciones, obra generosa de un lector anterior, el traductor, o acaso de más lectores, si incluimos al editor, un personaje que nunca debe ser desdeñado en el momento de la lectura.»