Roy Kesey, escritor estadounidense, trabajó cinco años para una revista china, y le escribe una carta al censor que tenía asignado: Carta a mi censor chino.
«Y si usted, querido lector, desea ironía en este punto, aquí hay un poco: La revista le paga a este hombre por destruir los artículos que ella intenta publicar. No hay alternativa, por supuesto —cada publicación en China está legalmente obligada a contratar y mantener a un hombre como él, un hombre que sirve como primer filtro para los comités de censura del Gobierno, y como un enlace entre éstos y la citada publicación—, y aquí va el sentido en el que él ya no existe: ahora las revistas y periódicos con sede en China tratan directamente con el comité. Como toda la logística y las otras técnicas editoriales permanecen invariables, aquella situación es por supuesto trivial para la mayoría de personas, pero no para mí: es más difícil odiar a un comité que a un individuo; así que me quedo con mi fumador sexagenario.»