Hay un precioso estudio sobre Libros, lectores y escritores en los libros para niños —el subtítulo— realizado por Joel Franz Rosell y que titula La serpiente que se muerde la cola. Está publicado por Eddy Díaz Souza en su blog ARTedFACTUS y es una delicia.
« Grandes personajes, grandes lectores
Los autores que nos presentan personajes amantes de los libros, nos cuentan cuánto significa la lectura en la vida de éstos, pero también ofrecen al lector real una guía de lecturas. El británico Road Dahl va muy lejos cuando la heroína de su novela Matilda lee, antes de cumplir cinco años, novelas como Oliver Twist, de Dickens, Jane Eyre, de Charlotte Brontë, Orgullo y prejuicio, de Jane Austin, El viejo y el mar, de Hemingway y hasta El ruido y la furia, de Faulkner o Las viñas de la ira, de Steinbeck. Semejantes libros no tentarán ni siquiera a la mayoría de los lectores de Matilda, que doblan a su heroína en edad. Evidentemente, lo que Dahl pretende, subversivo como siempre, es decir a los chicos que no hay lectura que les esté prohibida. El diálogo que citamos a continuación solo en apariencia tiene lugar entre dos personajes de la novela; en realidad es el genial escritor británico quien conversa directamente con sus lectores:
—El señor Hemingway dice algunas cosas que no comprendo —dijo Matilda—. Especialmente sobre hombres y mujeres. Pero, a pesar de eso, me ha encantado. La forma como cuenta las cosas hace que me sienta como si estuviera observando todo lo que pasa.
—Un buen escritor siempre te hace sentir de esa forma —dijo la señora Phelps—. Y no te preocupes de las cosas que no entiendas. Deja que te envuelvan las palabras, como la música.
Enseguida vemos a la niñita, que sus padres abandonan durante todo el día en casa, leyendo ávidamente:
A partir de entonces, Matilda sólo iba a la biblioteca una vez por semana, para sacar nuevos libros y devolver los anteriores. Su pequeño dormitorio lo convirtió en sala de lectura y allí se sentaba y leía la mayoría de las tardes, a menudo con un tazón de chocolate caliente al lado. No era lo bastante alta para llegar a los cacharros de la cocina, pero entraba una caja que había en una dependencia exterior de la casa y se subía en ella para llegar a donde deseaba (…) Los libros la transportaban a nuevos mundos y le mostraban personajes extraordinarios que vivían unas vidas excitantes. Navegó en tiempos pasados con Joseph Conrad. Fue a África con Ernest Hemingway y a la India con Rudyard Kipling. Viajó por todo el mundo, sin moverse de su pequeña habitación en un pueblecito inglés.
Matilda, p. 23
Creo que pocas veces se ha narrado de manera tan convincente el inmenso placer y el ancho mundo que pueden proporcionar los libros a un niño. Si los maestros, bibliotecarios y promotores de la lectura lograran trasmitir sólo la hermosura de esta escena, podríamos dispensarnos el costo y el esfuerzo de tanta campaña de lectura infructuosa.
En dos de sus novelas, El sol de los venados y Óyeme con los ojos, Gloria Cecilia Díaz sitúa el contacto de sus protagonistas con los libros fuera de sus casas, en el seno de familias con mayor vinculación intelectual que la propia, y éste es un elemento que parece hacer más intensa y transformadora la experiencia. El protagonista de la última novela, Horacio, es sordo y queda deslumbrado al descubrir el poema de Federico García Lorca “El niño mudo” (trascrito íntegramente en la novela), donde se poetiza una discapacidad parecida a la suya.
La cuestión de la verosimilitud es algo que inquieta a muchos lectores de narraciones realistas; más aun si están escritas en primera persona y pueden establecerse, entre el narrador (personaje actuante o no) y el escritor rasgos de identidad. En algunos casos el narrador parece ser testigo de los hechos y si bien la cuestión de la verosimilitud puede seguir interpelando, la posible identidad entre autor y narrador puede quedar relegada. En El cuento de Navidad de Auggie Wren, el narrador parece ser el propio Paul Auster, en dificultades para escribir el cuento que finalmente consiguió escribir, puesto que sería el que tenemos en las manos. El supuestamente insignificante proveedor de tabaco del escritor lo salva de su corte de inspiración al contarle un hecho, una curiosa anécdota de su vida: una historia de inesperada y casi mágica generosidad (esas son reglas del género) que finalmente el escritor podrá entregar al New York Times.
En la página final, Auster nos revela una de las reglas de oro que diferencian un cuento cualquiera de un buen cuento:
Me detuve por un momento y estudié a Auggie mientras una sonrisa maliciosa se extendía por su cara. No podría asegurarlo, pero en ese instante tenía una mirada tan misteriosa, tan llena de algún profundo regocijo, que de pronto se me ocurrió que había inventado todo. Estuve a punto de preguntarle si me había engañado, pero enseguida comprendí que nunca me lo diría. Yo le había creído y eso era lo único que importaba. Mientras haya una sola persona que se la crea, no hay historia que no sea cierta.
El cuento de Navidad de Auggie Wren, s/p »
2008-11-12 10:07
Estimada Ana Lorenzo, gracias por el enlace a mi blog y por resaltar en este diverso e interesante espacio, el artículo: “La serpiente que se muerde la cola : libros, lectores y escritores en los libros para niños”. Debo advertir, no obstante, que si bien soy el creador y administrador del blog ARTedFACTUS, ese texto en especial es obra de mi buen amigo Joel Franz Rosell, autor de diversos libros de cuentos para niños (algunos editados en España) y de otros tantos ensayos acerca de la Literatura infantojuvenil. Nuevamente, gracias por el enlace y la rectificación de la autoría. Felicidades, además, por el blog, pasaré más seguido y lo enlazo desde mi sitio. Saludos.
2008-11-12 11:42
Gracias por corregirme, Eddy; mira que lo ponías claro en tu blog y mira que ni por esas…
Para quien esté interesado en más ensayos acerca de la LIJ, les recomiendo que no se pierdan, en el mismo blog, la sección de Literatura.
Y, de paso, rebuscar en ARTedFACTUS es encontrar «objetos textuales y emocionales para lectores de obras literarias y temas bibliotecológicos», como dice su subtítulo. A menudo van de la mano la bibliotecología y la literatura, ¿verdad? Y es que, ¿a qué autor no le gusta estar en una biblioteca? ;-)
Un beso
2008-11-14 23:53
Querida Ana, encantador tu comentario. Sigo visitando tu blog cada vez que puedo y leyendo por acá tus excelentes recomendaciones. Un beso y gracias por esta labor.