Como quizás ya sepan hace unos días saltó a la prensa una acusación, poco probada y dudosa, de que Milan Kundera fue en su juventud un delator de camaradas ante la policía. A Bernard-Henri Lévy le indigna todo este asunto, por la celeridad con que la prensa se lanzó a por la presa fácil, y ese regodeo tan generalizado de ensañarse con la víctima sin una mínima exigencia de rigor y verdad. Por el honor de Kundera.
«El problema es el júbilo, todavía más obsceno, que sintieron incluso los pocos que lo leyeron, al menos un poco, y que creyeron haber encontrado, de golpe y porrazo, la clave que les faltaba, la pieza maestra, la razón última y forzosamente decisiva, por oculta, de un texto de juventud, de una página enigmática de una novela de madurez o, mejor aún, de esas particularidades biográficas que hacía tiempo que les ponían de los nervios y que, de pronto, encontraban su humana, demasiado humana, explicación. Por ejemplo, la particularidad de su exilio. O su reticencia a plegarse, después del exilio, a cualquier consigna, incluidas las de la disidencia. O su sospechosa elección del francés. O su manera, cuando alguna vez iba a su país, de inscribirse en el hotel con nombres falsos. O su negativa a conceder entrevistas.»