La posibilidad de forrarse a costa de tus antepasados directos es demasiado tentadora para dejarla escapar, o al menos eso piensan gran parte de los herederos de los grandes creadores, que siempre tratan de exprimir el trabajo de otros hasta la asfixia —pensemos en el ejemplo de Tintín--. Conclusión: muchos autores dejan de reeditarse o de homenajearse porque es demasiado caro pensar en ellos. Habla Roger Colom, Las herencias y el olvido.
«Quizá la mejor forma de arreglar este tipo de broncas sería creando una organización que se ocupara de los derechos y la promoción de la obra del poeta, y de su imagen, si se quiere, pero dejando a los herederos fuera, excepto en el cobro de dividendos. Si por mí fuera, 20 años después de la muerte del poeta, su obra pasaría a dominio público, siendo esa la mejor forma de garantizar su supervivencia en la memoria colectiva. O que el dominio fuera semi público directamente después de la muerte del poeta, pero con un porcentaje de los beneficios asignado directamente a los herederos: un porcentaje fijo, no negociable, que el editor estaría obligado a pagar, incluso de antemano.»