Las últimas semanas, por razones que no vienen al caso, he tenido que desayunar fuera de casa; puede que fuese por las características del local en cuestión, pero me he dado un baño de opiniones populares a diario, y entre las más suaves está la xenofobia acérrima, la que achaca al inmigrante todos los males del país. Ignacio del Valle hace una defensa moral del inmigrante en Ego y soberbia.
«El miedo a lo extraño, al extranjero, está marcado en nuestro código genético, es atávico; es el rechazo al color de piel, al idioma, a las costumbres, en resumen: el pánico a los bárbaros. Pero no nos damos cuenta de que los bárbaros son los únicos que pueden salvar una Roma que con los siglos se envanece y corrompe, que pierde la ambición, y con ello su Kairós, su tiempo oportuno. Cuando las copas nos llegan a pesar más que las espadas, la soledad es una tentación que acaba por convertirse en un esplendor ficticio, en una actitud estéril y peligrosa. Porque no somos nada sin la inmigración.»
2008-10-14 12:22
Cuando Pimentel era ministro pepero de trabajo publicó un libro blanco sobre la emigración que explicaba de manera razonada, sólida y clara, la necesidad perentoria que teníamos de los emigrantes. Creo que sin duda las reacciones del PP incluyeron la pérdida del cargo y la su salida de la política. Era un momento de crecimiento económico donde España jadeaba para dejar atrás a Grecia y Portugal. Eran lo ecos del pelotazo.
Del emigrante es bonito hablar en abstracto, el concreto reggeton a 90 decibelios de los vecinos dominicanos, las lamentelas de los cubanos por que Cuba si que mola y nosotros somos tan antipáticos o el coñazo de los niños marroquís del entresuelo, eso ya es otra cosa. La filipina sumisa evagelista que cobra poco por aguantar todo el dia dispuesta , esa es una emigración mas agradecida.
Muchas otra personas venidas de fuera con apellidos castizísimos nos enriquecen la vida aunque amenacen con volver a sus paises en cuanto la situación se lo permita.
Los muchos son tan malos como los pocos.