Alberto Piris traza el panorama de la pacificación de Afganistán, un despropósito que no sólo ignora la idiosincrasia local, sino que genera tal cantidad de víctimas colaterales que resulta insoportable: Por favor, no nos pacifiquen así.
«La realidad es que, a medida que el dominio talibán se extiende y alcanza nuevas provincias y territorios, los ataques aéreos proliferan y se hacen cada vez más indiscriminados. Cualquier grupo numeroso de personas que se desplacen por el campo o que se reúnan en algún poblado es considerado sospechoso. Son vigilados desde el aire por aviones de observación no tripulados, cuya información visual se envía a los centros de mando y coordinación, donde se analiza y se utiliza para dirigir a distancia la aviación.
El mando militar de Estados Unidos afirma que cada operación de este tipo es contrastada con informadores situados en tierra, aunque dadas las características de estos ataques se niega a revelar qué fuentes terrestres garantizan la fiabilidad de cada operación. En el caso de Herat, la reunión popular estaba convocada para acudir a los ritos fúnebres en honor de un importante dirigente local, a los 40 días de su fallecimiento.»